Lo que significa para mí el e-portafolio en el proceso de autorregulación.
- Jhosdian Velásquez
- 5 feb 2016
- 4 Min. de lectura

“No es libre ningún hombre que no tenga dominio de sí mismo”.
(Pitágoras)
Al inicio de cada nuevo año es frecuente escuchar por doquier las famosas frases de propósitos para el año nuevo: “Este año dejo de fumar”, “Este año estudio inglés”, “Este año si me caso”, “Este año si entro al gimnasio”, etc. Y en medio del “Este año si…” y la concreción de tan loables deseos se interpone uno de los peores enemigos de los objetivos: la procrastinación.
La mala costumbre de postergar y dejar todo para después es casi que parte de nuestra esencia, de nuestra “cultura”, la frase: “Como buenos colombianos: dejando todo para última hora”, se ha arraigado en lo más profundo del inconsciente colectivo, llevándonos a creer que no es nuestra culpa, sino que “es que somos así”, es nuestra naturaleza.
En nuestra cultura latina, particularmente, el modelo de crianza fuertemente conductista (Manzano, 2005) se ha enfocado desde la primera infancia al cumplimiento de las órdenes so pena del castigo, generalmente físico. Aprendizajes como el control de esfínteres en los niños son mediados por la nalgada cuando no se logran realizar con éxito. Desde allí empezamos a generar la idea de que los aprendizajes vienen acompañados de medidas punitivas, solo existen dos caminos: o aprendemos a las buenas o aprendemos a las malas, y generalmente no sabemos cómo es el primer método.
Cuando ingresamos al sistema educativo seguimos recibiendo el mensaje de que el estudio y el aprendizaje son obligatorios, y por ser obligatorios son aburridos, se nos hace enfocarnos en una calificación y no en lo valioso del conocimiento. Estudiamos para un examen y sacamos diez sobre diez, pero… ¿Realmente aprendimos? ¿Fue representativo ese aprendizaje?
Crecemos, adquirimos la ciudadanía y seguimos respondiendo al efecto panóptico (Foucault, 1993), violamos las normas de tránsito, transgredimos la ley, nos colamos en las filas, llegamos tarde al trabajo y respondemos solo al estímulo negativo: la coerción y la sanción (sólo si ésta es económica, porque a muchos les vale la sanción social). Vivimos en ciudades caóticas básicamente porque la mayor parte de las personas carece de autocontrol.
En medio de esta “genética cultural”, la revolución tecnológica nos presenta la oportunidad de realizar procesos formativos en diversas áreas del conocimiento y en cualquier parte del mundo, una oportunidad al alcance de todos, pero no muy viable para muchos que se denominan a sí mismos como incapaces de realizar un proceso autodidacta.
El aprendizaje autónomo (Arguelles Pabon & Nagles García, 2016) rompe barreras de tiempo y espacio y permite a las personas, sin importar sus condiciones particulares, obtener conocimientos y desarrollar procesos académicos que antes le eran esquivos. Sin embargo, esta flexibilidad académica conlleva de forma inherente una gran responsabilidad, el individuo escoge qué estudiar, dónde hacerlo, cómo hacerlo y establece sus propias estrategias de forma libre. Para muchos tanta libertad es peligrosa. Si no tienen “el policía al lado” no hay buenos augurios de culminar con éxito el proceso formativo.
Para los que optamos por esta modalidad de estudio, independientemente de las motivaciones propias, es un proceso que requiere de total determinación. No basta con el simple deseo, se debe tener una fuerza de voluntad a prueba de excusas y asumir que el proceso de aprendizaje autónomo es aún más exigente que el aprendizaje presencial.
El punto de partida debe ser el cambio de mentalidad, dejar de lado la mediocridad de necesitar presión constante y trabajar por adquirir, conocimiento, por crecer como persona, por extraer de esta inversión de tiempo y de dinero el máximo provecho posible.
En el escrito “La autorregulación del aprendizaje, la luz de un faro en el mar” (Vives-Varela, Durán Cardenas, Varela Ruiz, & Fortul, 2014) los autores echan mano de una expresión metafórica que quiero hacer extensiva a todo el proceso de formación autónomo.
Cuando iniciamos el proceso nos embarcamos en un navío hacia un puerto que será nuestra meta final. Nuestro barco navega en un mar que puede ser apacible o tornarse violento. Ese mar es el entorno: nuestro trabajo, nuestras limitaciones de tiempo, nuestras obligaciones laborales y familiares y hasta nuestros estados de ánimo. Dentro del barco encontramos lo que se conoce como el cuarto de derrota. La derrota, en lenguaje naval, hace alusión a la “trayectoria que recorre el barco, desde un punto A hasta un punto B. En la carta náutica se traza la ruta que se intenta seguir. La derrota es el trayecto que en realidad se sigue, debido a corrientes, vientos, errores instrumentales, etc.”[1]. A consecuencia de ello se realizan modificaciones en el rumbo de la nave. Estas modificaciones se registran en el cuaderno de bitácora. Nuestro cuaderno de bitácora es el e-portafolio. En él dejamos registro de todo nuestro proceso y es una herramienta clave de autorregulación, pues nos permite, igual que la carta de navegación y la derrota, comparar el plan inicial con el realizado, determinar los inconvenientes presentados y maniobrar la nave para retomar el rumbo, estableciendo estrategias mejores y más efectivas que nos permitan llegar a puerto seguro.
Se requiere además disciplina. Establecer las actividades a realizar y llevarlas a cabo con una intensidad de tiempo específica, pues aunque el barco salga momentáneamente de su rumbo hay que cumplir con el itinerario.
El e-portafolio nos permite controlar el proceso, retroalimentarnos, generar disciplina y hábitos de estudio, pero adicionalmente es una creación propia, que nos permite plasmar de forma concreta las vivencias del recorrido realizado, transformando de alguna forma el saber en un hacer, lo cual nos permite consolidar los aprendizajes de acuerdo con el estilo propio de cada uno (Ospina, 2012)
[1] Tomado de http://www.navegar-es-preciso.com
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